Madrid. Viernes noche. Bajos de los cines Renoir.
La noche iba genial. Cenita de cumpleaƱos, conversaciones sobre Galliano y Lagerfeld, mĆ”scaras de carnaval veneciano, datos econĆ³micos de los paĆses de la UniĆ³n Europea, disertaciones sobre el azul y El Quinto Elemento. Todo iba bien hasta que nos negamos a pagar por entrar a una discoteca y, sin saber muy bien cĆ³mo, acabamos haciendo cola para entrar a un garito de drum&bass.
EstĆ”bamos lo que se conoce como “fuera de contexto”. Entre un montĆ³n de gente con rastas, Vans, sudaderas de chĆ”ndal y humo. Y yo con mis tacones.
De repente, la capucha del drumbassero que tenĆamos delante se mueve de forma sospechosa. Y de ella asoma… un ratĆ³n!!!
SĆ, cual Stuart Little, asoma un poco y vuelve a acurrucarse. Yo, tras un grito histĆ©rico (no es que me den miedo los ratones, despuĆ©s de haber cenado entre ratas en algĆŗn chamizo de Colaba), el shock y la risa floja, recupero la compostura, aunque no salgo de mi asombro. Mi mente llega a la conclusiĆ³n de que el animalito no ha salido de ninguna caƱerĆa, si no que es el fiel acompaƱante del muchacho. Y no solo es un ratĆ³n, es un ratĆ³n fiestero.
Todos sabemos que cada uno puede tener por mascota el bicho que quiera, desde los clĆ”sico perros y gatos, hasta hurones, tortugas, periquitos, tigres o, en mi caso, una perdiz (que algĆŗn dĆa nos comeremos escabechada), pero lo gracioso es llevĆ”rselo de fiesta a bailar (o lo que sea que hacĆan esos chicos) drum&bass.
AsĆ que nada, yo estoy pensando atarle un lazo al cuello a Joaquinito y llevĆ”rmelo a merendar un Vips Club.
Introducing Joaquinito |